lunes, 25 de junio de 2007

LA SANTÍSIMA TRINIDAD DE LA IMPRO

David Esteban Cubero(Madrid)

“Está todo preparado”. Estas palabras se escuchan comúnmente entre los espectadores que ven por primera vez un espectáculo de improvisación. “Seguro que tienen preparadas muchas historias y las adaptan al título”. Retahílas de algunos espectadores desconfiados que chocan directamente con el elemento principal de la improvisación: la creatividad.

¿Por qué preparar si se puede crear?
¿Por qué aprenderse diez, cien o un millón de historias pudiendo contar todas? ¿Porqué conformarse con contar historias que ya han sido contadas pudiendo crear cualquier historia?

En el vocabulario del actor improvisador está desterrada la palabra “ensayo”. Él no ensaya, como los demás actores, él entrena, como los deportistas. El improvisador entrena su creatividad, tanto actoral como dramatúrgicamente, para contar cualquier historia… todas las historias.

Metáfora-tópico: el escritor, guionista o autor teatral es como un dios creador, que inventa unos personajes y un mundo para ellos, con sus propias reglas. Pues bien, el improvisador no se conforma con ser dios sino que busca convertirse en la santísima trinidad. Es el dios autor, que escribe la historia, pero también, como Jesucristo, se hace carne para interpretarla y, como el espíritu santo en el cónclave papal, la dirige mostrando el camino a seguir. Autor, actor y director: el Improvisador asume todas las facetas de la creación teatral. Y digo todas, porque también mimará los objetos que utiliza en la escena y crea con su actuación el espacio y la escenografía donde se encuentra, e incluso nos muestra si camina por un callejón oscuro o bajo un sol abrasador sin necesidad de encender un foco. Un “espacio vacío” y uno o varios actores para llenarlo, para darle vida en directo. Un “Génesis” para cada escena.

Pero para tan ardua tarea el improvisador no se encuentra solo. Sus compañeros actores/autores/directores improvisadores crearán la historia con él, convirtiendo el acto de creación en algo más complejo y enriquecedor que si lo hiciera solo. Tantas santísimas trinidades creando a la vez pueden generar caos y, como solo existe lo que es creado en la escena, es muy importante tener escucha sobre lo que crean los demás actores: existe para el espectador, ese que sí lo ve todo. La escena va creando su propia lógica de creación y los actores deben respetarla. No todo vale. La libertad del actor no es infinita. Avanza la historia y la trama y personajes se va fijando, creando memoria y obligando a ser respetados. Pero se escribe en directo y no se puede reescribir. Los lapsus se asientan y la historia contada es la que había que contar.

Y dentro del “no todo vale”, cada espectáculo de improvisación tiene sus propias reglas. Unas limitaciones con las que el espectador es cómplice. Esas condiciones lejos de ser castradoras son las que dan sentido y valor al trabajo del improvisador, pues es ante las limitaciones cuando la creatividad se manifiesta en un estado más puro. Todos tenemos la facultad de ser creativos, de encontrar soluciones a problemas o preguntas, pero son las capacidades de cada uno, y lo que se busque, lo que hará que las soluciones sean más originales, sorprendentes, artísticas, concretas... El improvisador trabaja su creatividad para que la historia que surja en directo sea original, o sea, que “no es imitación de otra cosa”. Pero la originalidad, premio del improvisador, es también su losa… y su lucha: desterrarse de la mente las historias ya contadas, los clichés conocidos, que llegan a la mente cuando se improvisa. El secreto está en vivir, no en actuar. Si el actor vive la escena, la historia pasa antes por el cuerpo que por el pensamiento. Improvisando hay que escuchar siempre al cuerpo, que nos indica el camino a seguir y ayuda con los bloqueos de la mente.

Hay otra definición de original que es menos exigente: “que parece haberse producido por primera vez”. En ella se escudan los espectadores escépticos: “sí, es original, parece haberse producido por primera vez... pero seguro que tienen algo preparado.” A ellos sólo puedo contestarles que un espectáculo de improvisación no sólo se produce cada noche por primera vez… si no que también por última.

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